Cuando miro alrededor y veo lo difícil que se hace la vida, lo empinada que es la cuesta, sonrio por dentro pensando “no estoy
solo, tengo un gran amigo en el que apoyarme”. La verdad es que hay ciertos trayectos de la vida que no hubiera podido
transitarlos solo. Tuve momentos de franca desesperación en los que tu mano
salvadora llegó justo a tiempo, o en los que tus palabras de aliento sirvieron para que no cayera. Hoy, mirando hacia atrás, me
maravillo de esas experiencias, casi lloro con nostalgia admiración por tu
fortaleza y tu dedicación. No se cuánta gente podrá decir esto de otra persona,
ojala que muchas, pero lo que en realidad siento es que no existen demasiadas
personas como tú en este planeta y agradezco a Dios que te haya puesto en mi camino.
Supiste día a día ganarte mi confianza, hacerte compañero de los sinsabores, compinche de las alegrías. En un mundo de
indiferencia y envidia, logramos juntos edificar un mundo perfecto, un oasis
sagrado en el que pudiéramos ser nosotros mismos y descansar en la confianza y
la comprensión. A pesar de las turbulencias defendimos con entereza nuestro
lugar. No cedimos ante los compromisos, la falta de tiempo, el trabajo. Siempre
pudimos encontrar un momento en el que juntarnos a comulgar y a compartir nuestras
experiencias. Y eso es importante, importantísimo.
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